Un ser humano tiene muchos amores. No lo digo pensando en parejas, sino en pasiones tales como la música, la lectura, un grupo favorito, hobby o actividad. Y siempre donde se pone el corazón hay involucrado un sentimiento, no es por puro dinero. Muchas de esas actividades no entregan remuneración.
Esta es la historia de cómo yo algún día desarrollé cariño por algo que, siendo parte de un mundo que no me agrada (los niños no son precisamente mi debilidad, pese a que hay niñ@s muy simpáticos y otros mañosos), pero que de alguna forma, me conquistó. Esta es la historia de un hogar de niños.
¿Y eso qué tiene que ver conmigo?, se preguntarán quienes me conocen, que si veo a un cabro chico por ahí corriendo, saldré a perseguirlo, y si grita, le gritaré más fuerte. Ehm... son las paradojas de la vida... porque todos tenemos un lado "amable", un pedacito de nuestro corazón que no es tan perverso como lo es en general.
Mi relación con los niños es de amor-odio. O definitivamente me conquistan, o los detesto de entrada. Pero es una forma de amar... un niño es un ser inocente, que sólo está aprendiendo a vivir, y que, malamente, aprende los malos hábitos de sus padres. Ellos no tienen la culpa que sus padres cometan errores y no sepan asumirlos, menos intentar protegerlos... por eso existe tanto hogar infantil... niños abandonados... maltratados...
Un día llegó a mi vida el hogar donde mi madre es directora. Llegó bastante tarde a su vida, pues si hubiera sido antes ella podría haber estudiado servicio social y sería la mejor AS de la región (saludos a la señora Hilda del Rosario, quien sacó la mención el 2005 por su abnegada labor con los ancianos de la Fundación Javier Arrieta). Pero bueno, fue así y fue lo mejor que le pasó... Luego ese hogar fue entrando en nuestras vidas tanto como para depositarse ahí y no salir más. Tanto llegó a formar parte, que nuestras vidas, en cierto modo, se surten de él para vivir. Es mi labor social.
No existe otra forma de trabajar con ellos que no sea entregando cariño... es algo extraño, pero me choca cuando un niño se te acerca y te pide cariño. Sólo una caricia los hace feliz y es suficiente para arrancarles una sonrisa...
Son parte activa de mi familia y de mi vida, algo que es muy simple de entender... buscan el amor que el mundo les negó... y para eso están las tías, las profesionales (saludos a todas ellas: Claudia, Ivonne, Janet) y mi madre...
Esta es la historia de cómo yo algún día desarrollé cariño por algo que, siendo parte de un mundo que no me agrada (los niños no son precisamente mi debilidad, pese a que hay niñ@s muy simpáticos y otros mañosos), pero que de alguna forma, me conquistó. Esta es la historia de un hogar de niños.
¿Y eso qué tiene que ver conmigo?, se preguntarán quienes me conocen, que si veo a un cabro chico por ahí corriendo, saldré a perseguirlo, y si grita, le gritaré más fuerte. Ehm... son las paradojas de la vida... porque todos tenemos un lado "amable", un pedacito de nuestro corazón que no es tan perverso como lo es en general.
Mi relación con los niños es de amor-odio. O definitivamente me conquistan, o los detesto de entrada. Pero es una forma de amar... un niño es un ser inocente, que sólo está aprendiendo a vivir, y que, malamente, aprende los malos hábitos de sus padres. Ellos no tienen la culpa que sus padres cometan errores y no sepan asumirlos, menos intentar protegerlos... por eso existe tanto hogar infantil... niños abandonados... maltratados...
Un día llegó a mi vida el hogar donde mi madre es directora. Llegó bastante tarde a su vida, pues si hubiera sido antes ella podría haber estudiado servicio social y sería la mejor AS de la región (saludos a la señora Hilda del Rosario, quien sacó la mención el 2005 por su abnegada labor con los ancianos de la Fundación Javier Arrieta). Pero bueno, fue así y fue lo mejor que le pasó... Luego ese hogar fue entrando en nuestras vidas tanto como para depositarse ahí y no salir más. Tanto llegó a formar parte, que nuestras vidas, en cierto modo, se surten de él para vivir. Es mi labor social.
No existe otra forma de trabajar con ellos que no sea entregando cariño... es algo extraño, pero me choca cuando un niño se te acerca y te pide cariño. Sólo una caricia los hace feliz y es suficiente para arrancarles una sonrisa...
Son parte activa de mi familia y de mi vida, algo que es muy simple de entender... buscan el amor que el mundo les negó... y para eso están las tías, las profesionales (saludos a todas ellas: Claudia, Ivonne, Janet) y mi madre...
1 comentario:
Diría que mientras más conozco a los niños, más conozco a mi perro, de no ser porque los gatos odiamos a los perros. Un niño es una especie de protoplasma en dos patas especialista en tirarnos la cola, agarrarnos por las patas, cepillarnos usando las manos como prensas industriales, o bien gritonearnos a su regalado gusto (y después se preguntan estúpidamente por qué uno corre, a ver si no pasa lo mismo con ellos cuando viene un monstruo grande y depravado a gritarles en la oreja). Por eso, Capitán Gato apoya la siguiente moción: ¡¡¡NO CRÍE A UN NIÑO!!! ¡¡¡COMPRE UN GATO!!! (además, si un gato se hace cacú, es más fácil ponerlo en el patio, incluso de noche).
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